Diego S. Garrocho: “La por al desconegut és fàcilment rendibilitzable en termes polítics”
Parlem amb el filòsof i autor de ‘Moderaditos’

Parlem amb el filòsof i autor de ‘Moderaditos’

¿Quién es?
Diego S. Garrocho es doctor en filosofía y profesor de ética y filosofía política en la Universidad Autónoma de Madrid.
¿De qué hablaremos?
Del odio como herramienta política.
Diego S. Garrocho (Madrid, 1984) es doctor en filosofía y profesor de ética y filosofía política en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), donde también ejerce de Vicedecano de Investigación en la facultad de Filosofía y Letras.
La democracia, las dinámicas políticas y el periodismo son temas recurrentes en sus intervenciones en múltiples medios de comunicación. De hecho, considera que la filosofía y el periodismo son afines, según recogió el diario El País: “En ambos casos se impone la búsqueda de la verdad y las dos tareas deberían convertir la duda, y casi diría que la sospecha, en su premisa fundamental”. Además, tiene una columna de opinión semanal en el mismo diario y, entre enero de 2023 y septiembre de 2024, fue jefe de opinión en el diario ABC. En 2021 fue galardonado con el Premio David Gistau de periodismo.
Entre sus publicaciones más destacadas, El último verano (Debate, 2023) y Sobre la nostalgia (Alianza Editorial, 2019). A pocos días de que vea la luz su nuevo libro, Moderaditos (Debate, 2025) Garrocho comparte con Verificat reflexiones sobre la utilización del odio como herramienta política y su estrecha relación con el miedo.
P: Hace cinco años, redes sociales y titulares, pero también la opinión en la calle, apuntaba que los manteros eran un nido de problemas en materia de competencia económica y de preservación del paisaje de las ciudades, entre otros. Hoy, la hipotética delincuencia atribuida a los menores extranjeros no acompañados opaca parte de la opinión pública sobre problemáticas a resolver. ¿Ha habido una transformación en las formas, contenidos o funciones del discurso de odio en la historia política reciente?
R: El odio al extranjero no es una novedad y en casi todas las culturas antiguas ya aparecen documentos o registros que dan cuenta de ese riesgo. Es decir, hay una pulsión humana que comunica con el miedo a lo desconocido que es fácilmente rentabilizable en términos políticos. Creo que tampoco en esto nuestra sociedad es demasiado original y los ingredientes presentes en el rechazo al extranjero o al diferente es algo que comunica con estructuras cognitivas y afectivas muy antiguas.
Lo que sí ha cambiado es la dimensión del fenómeno, ya que las desigualdades norte-sur han detonado flujos migratorios más robustos y constantes, lo que hace que un fenómeno casi constante exhiba, en nuestros días, un mayor protagonismo. En este sentido, la instrumentalización del miedo es mucho más sencilla de ejecutar y es que el miedo, de nuevo, es uno de los dispositivos políticos de control de conciencias y de conductas más antiguo que existe.
P: ¿Qué papel juegan los medios y las redes sociales en la amplificación de estos discursos?
R: El miedo no es sólo una pasión universal, sino que creo que es la herramienta más útil para controlar conductas y conciencias. Su propagación es inmediata y veloz, y eso hace que cada noticia o contenido que pueda generar miedo se propague a una velocidad mayor.
El diagnóstico habitual insiste también en la variable tecnológica, ya que ahora pueden difundirse imágenes o contenidos inductores de pánico a mucha mayor velocidad. La transición entre miedo y odio es casi inmediata.
“La defensa de la dignidad de un ser humano jamás podrá depender de su utilidad o de la comodidad que genere”
P: El discurso de odio, el miedo al otro, la lógica de la supervivencia que impregna gran parte de las opiniones políticas, ¿se trata de algo espontáneo o es una estrategia discursiva premeditada por parte de ciertas formaciones o espectros políticos?
R: Creo que confluyen dos fenómenos: la convicción íntima y el rendimiento electoral. Los partidos políticos hoy difícilmente desarrollan estrategias estables si no vienen avaladas por estudios previos. Es decir: hay una evidencia de que el discurso antiinmigración (dicho de una forma algo gruesa) es rentable electoralmente. De hecho, hay dos fenómenos que suelen sorprender: los votantes de distintas opciones electorales no tienen opiniones tan distintas sobre la cuestión migratoria y, además, en la práctica, las políticas públicas suelen ser más coincidentes entre el centro-izquierda y el centro-derecha de lo que podríamos creer. En Europa estamos viendo cómo gobiernos progresistas endurecen de forma efectiva esas políticas migratorias.
Sin embargo, si algo es electoralmente rentable es porque de alguna manera encaja con las intuiciones morales de los electores. Ahí creo que los discursos de odio se están combatiendo con instrumentos que no son eficaces. Personalmente, me resulta vergonzoso ver a personas señalar que la inmigración es buena porque si no tendríamos servicios domésticos ni camareros. La defensa de la dignidad de un ser humano jamás podrá depender de su utilidad o de la comodidad que genere.
P: ¿Es posible contrarrestar los discursos de odio de manera eficaz a través del razonamiento o la polarización lo imposibilita? Es decir, ¿cómo podemos construir una visión alternativa, una oposición, sin caer en una lógica de amigo-enemigo?
R: Haciendo explícitas nuestras premisas morales y retomando valores éticos que sean densos. Quienes intentan justificar las políticas migratorias garantistas en argumentos utilitaristas (lo que comenté antes, como ejemplo: necesitamos inmigrantes para cuidar a nuestros ancianos o para limpiar nuestras casas), en el fondo están sirviéndose de una premisa espuria sobre la que no puede construirse ningún discurso éticamente sostenible.
La desigualdad entre el norte y el sur es inasumible y no podemos perpetuar sin vergüenza pública el que a escasos kilómetros de nuestras costas haya condiciones de vida que resultan imposibles y de las que, con toda legitimidad, hay personas que quieren huir. Es urgente también hacer explícitas las premisas morales que nos llevan a apreciar, cuidar y atender a las personas migrantes en toda su dignidad. Es irresponsable creer que un razonamiento condicional y utilitarista puede ser suficiente para que de forma mayoritaria renunciemos al odio al diferente.