Gasolina vegetal y aceite reciclado: ¿son los biocombustibles realmente sostenibles?
Los carburantes de origen biológico son una pieza más en la transición energética europea, pero pueden contaminar a nivel local e incluso agravar las emisiones. Analizamos los mensajes publicitarios y las narrativas que llegan a redes sociales y al debate político
Coordinación por Marc Masip y Alicia Fàbregas
Narrativas
Verificat ha revisado la comunicación de varias iniciativas de presión política para la promoción de los biocombustibles tanto a nivel continental como español, como Tour d’Europe y la Plataforma para los Combustibles Renovables, así como las webs de cinco de las petroleras más importantes en la UE (Shell, TotalEnergies, Eni, Repsol y Moeve, antigua Cepsa), para caracterizar sus mensajes al respecto. Se trata de las tres mayores empresas del sector con raíces en la UE, según la lista The Global 2000 compilada por Forbes, y de las dos principales entidades españolas.
Las campañas comunicativas de estas entidades emplean conceptos generalmente vagos y poco específicos que hacen difícil una verificación factual porque, en sentido estricto, no incluyen falsedades. Sin embargo, promueven el optimismo hacia los biocombustibles con mensajes que realzan sus aspectos positivos, sin mencionar sus limitaciones y controversias. Las cuatro narrativas principales que utilizan también están presentes en redes sociales, según revela el análisis de los mensajes al respecto presentes en X (antes Twitter), donde contribuyen a la idealización de estos productos. Algunos usuarios de redes sociales llevan esta idea un paso más allá y alegan que los biocombustibles son una alternativa actual, real y más sostenibles para la descarbonización del transporte rodado que la electrificación. En ocasiones, usan desinformación ampliamente verificada para apoyarsu punto de vista.
E sentimiento hacia este tipo de carburantes está altamente polarizado en X, y evidencia desconocimiento social en la materia. Paralelamente a los mensajes idealistas, las publicaciones que demonizan totalmente los impactos sociales y ambientales de los biocombustibles son comunes, y suelen caer en la generalización imprecisa de que todos ellos son de primera generación, es decir, hechos a partir de cultivos comestibles.
Los mensajes optimistas también se cuelan en la política europea, mediante los países defensores de esta supuesta alternativa para conseguir la descarbonización.
El mensaje cambia según la fuente
Al revisar las palabras que más usan tanto las iniciativas de presión como las empresas en sus webs al hablar de biocombustibles, es posible reconstruir un mensaje compartido: que estos carburantes son una fuente de energía renovable, que reduce las emisiones y potencia un sistema circular a dos niveles (el propio ciclo de vida de los biocombustibles y el tipo de economía que promueven), poniendo en el centro la reutilización de residuos como materia prima (es decir, que se enfocan en la explotación de biocarburantes de segunda generación).
En la red social X, por su lado, la conversación sobre los biocombustibles es escasa. Los verificadores de la EFCSN no han analizado ninguna información relacionada con el tema en lo que va de año, según las publicaciones recopiladas en el repositorio EuroClimateCheck, del que Verificat forma parte. Para hacer este informe, hemos analizado 170 mensajes en castellano que incluían explícitamente el término “biocombustibles” en los primeros siete meses de 2025.
En líneas generales, estas publicaciones utilizan términos similares a los de las empresas petroleras, pero añadiendo distorsión y, a menudo, desconocimiento. El principal punto en común es el marco general: se presentan como combustibles que contribuyen a reducir las emisiones y que están directamente relacionados con las energías renovables.
La polarización es palpable si se analiza el sentimiento de estos mensajes. En algunos predomina la narrativa idealista que muestra a estos carburantes como una alternativa a la electrificación de la movilidad terrestre, actual y viable. Además, en ocasiones argumentan que los vehículos eléctricos son una opción más contaminante que los combustibles fósiles y aseguran que son peligrosos, porque se incendian con facilidad, ambos argumentos engañosos que ya han sido desmentidos por Verificat y otros miembros de la EFCSN, como Ostro o Maldita. También hemos encontrado ejemplos tecnooptimistas, que defienden la idea de que cualquier hallazgo científico sobre una nueva manera de obtener biocarburantes puede traducirse en una opción viable, escalable y aplicable en la actualidad.
En el otro extremo aparecen las publicaciones que destacan los problemas derivados de los biocombustibles de primera generación, como la deforestación o el encarecimiento de los precios de los alimentos, y los generalizan aplicándolos al conjunto de estos carburantes alternativos. Es decir, muchos de los perfiles analizados entienden que todos los biocarburantes usan alimentos como materia prima.
También en el ámbito político hemos observado, en algunas ocasiones, el uso de una terminología similar a la de la comunicación digital de las empresas. Es el caso de Italia, que preside una iniciativa internacional para impulsar estos productos, y del PP Europeo que, por su parte, considera que “juegan un papel en la reducción de emisiones de CO2”. En España, tanto instancias políticas, como el Ministerio para la Transición Ecológica, como dirigentes de partidos como el PP, también los han respaldado, en actos conjuntos con las grandes petroleras.
Estas son las principales narrativas, verificadas:
Los biocarburantes son un combustible renovable y sostenible
Una característica común de las comunicaciones de la industria petrolera acerca de los biocombustibles es que suelen ir acompañadas de palabras como “renovable” o “sostenible”. Se trata de adjetivos que también emplean organismos públicos como la Comisión Europea o la Asociación Internacional de la Energía (IEA), y actores políticos italianos y españoles. De hecho, el gabinete de prensa de Repsol apunta a la Directiva de Energías Renovables (RED) para justificar la etiqueta de “energía renovable”, porque la directiva la define como aquella que proviene de diversas fuentes, entre ellas la “biomasa, gases de vertedero, gases de plantas de depuración, y biogás”. Son expresiones que, sin embargo, cabe contextualizar, porque ajustarse a ellas requiere condiciones técnicas muy específicas.
Las energías renovables, según las Naciones Unidas, derivan “de fuentes naturales que llegan a reponerse más rápido de lo que pueden consumirse”. La organización cita como ejemplos el sol, el viento y la bioenergía, aunque matiza que esta última “debe aplicarse únicamente en ciertas situaciones, puesto que sus impactos potencialmente negativos para el medioambiente se relacionan con un aumento a gran escala en las plantaciones de bioenergía y bosques, algo que genera una deforestación y un cambio en el uso de las áreas de tierra”.
Es en este matiz donde ponen el foco los investigadores entrevistados por Verificat, que avisan que poder considerar los biocombustibles como renovables depende de la cantidad y el ritmo al que se consumen. A diferencia del viento o la luz del sol, la biomasa (la materia prima que da lugar a estos carburantes) es finita: producir mucho biocombustible de primera generación puede fomentar la deforestación, según un estudio del Centro Internacional de Investigación Forestal (CIFOR), y los residuos para producir los de segunda son limitados.
En esta línea, existen iniciativas como la de Repsol, que ofrece a sus clientes de distintas comunidades autónomas de España bonificaciones en el repostaje si entregan aceite de cocina usado en los puntos de recogida puestos a disposición en sus gasolineras para poder reciclarlo. La ONG Transport & Environment, sin embargo, aseguraba en un informe de 2024 que los países europeos consumieron en 2023 ocho veces más aceite de cocina usado para hacer biodiésel que su máximo potencial de recogida, con lo que las importaciones fueron imprescindibles. Tanto la IEA como el Tribunal de Cuentas Europeo apuntaban en sendos informes que buena parte de esta materia prima usada en Europa proviene de Asia, y especialmente de China.
“La palabra ‘renovable’ no debería de hacer mención únicamente a si el recurso vuelve a estar disponible en un período de tiempo, sino a qué coste” ambiental, apunta el divulgador climático y doctor en biodiversidad Andreu Escrivà.
El experto también es crítico con el concepto “sostenible”, que considera vacío de significado en su libro Contra la sostenibilidad. La RAE lo define como aquello “que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente”. Este concepto, ampliado a “desarrollo sostenible” fue definido en 1987, según la Unión Europea, y hace referencia a “un desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Igual que sucede con el concepto de “renovable”, en el caso de los biocombustibles esa condición solo se cumple si el ritmo de extracción y producción respeta los ritmos naturales de regeneración de la biomasa. Si no, los recursos se agotarán.
El uso de la terminología desde las esferas políticas
En la actualidad, Italia es uno de los principales países de la UE que apuestan por los biocombustibles. Es el segundo mayor importador de este producto en la Eurozona y el cuarto productor. Ese impulso va acompañado también de una estrategia política que se traduce en diversas acciones. Una de las más destacadas es su función en la presidencia, hasta 2027, de la Iniciativa de la Plataforma Biofuture (BfPI, por sus siglas en inglés) del foro mundial Clean Energy Ministerial (CEM), un punto de encuentro para acelerar el desarrollo e implementación de combustibles de base biológica a nivel global.
En el comunicado oficial donde se anunciaba esa nueva presidencia, Gilberto Pichetto Fratin, ministro italiano de Medio Ambiente y Seguridad Energética, aseguraba que “nos encontramos en un momento único para promover políticas e iniciativas que fomenten aún más el uso de biocombustibles sostenibles” y los describía como una solución para todos los sectores, incluidos “los del transporte, también por carretera” con el fin de “promover una transición energética segura y sostenible mediante un enfoque concreto y no ideológico”.
En España, la exministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, dejaba claro su apoyo a los biocombustibles usando términos similares. La comparecencia ante medios tenía lugar en 2024, en Palos de la Frontera (Andalucía), durante el acto de colocación de la primera piedra de un proyecto conjunto entre Moeve (antigua Cepsa) y Bioils. Allí, la exministra aseguraba que “los biocombustibles serán clave en la descarbonización de sectores como el transporte marítimo y la aviación”. En ese mismo acto, Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía por el PP, añadía que Andalucía estaba lista para convertirse “en gran productora y distribuidora de energías limpias del continente” y destacaba que la nueva planta que empezaba a construirse suponía “un ejemplo claro y muy valioso de lo que es la economía circular”.
Los biocombustibles son combustibles limpios, no contaminan o contaminan muy poco
Otra de las principales narrativas consiste en definir los biocombustibles como productos que no emiten CO₂ (o lo hacen en una cantidad muy limitada), por lo que se consideran “neutros en carbono” o “energías limpias”, si cumplen con las directivas europeas. Esta promesa aparece tanto en las iniciativas Tour d’Europe y la Plataforma para los Combustibles Renovables, como en la mayoría de las webs de las cinco grandes petroleras analizadas. Desde el gabinete de prensa de TotalEnergies puntualizan que los biocombustibles emiten, a lo largo de su ciclo de vida, más de un 50% menos de CO₂ que sus equivalentes fósiles, lo que, según ellos, los convierte en una vía parcial de descarbonización para los combustibles líquidos.
Repsol, por su parte, asegura que uno de los puntos fuertes de este producto es que reducen emisiones porque “el CO₂ que se libera en su uso es igual al CO₂ que absorbe la materia orgánica de la que procede durante su vida útil”. Moeve los describe como “la solución actual para descarbonizar el transporte” y desde su gabinete de prensa añaden que lo afirman porque comparados con los combustibles fósiles, el uso de biocombustibles permite reducir hasta en un 90% las emisiones netas de CO₂ a lo largo de todo su ciclo de vida. Shell los considera clave en la transición “hacia las cero emisiones netas” y en su informe de estrategia para la transición energética para 2024 los engloba dentro de los “productos bajos en carbono”.
La idea la defiende también el PP Europeo en su propuesta para “asegurar la competitividad de la industria automovilística europea”. Pide excepciones para los biocombustibles y otros carburantes alternativos en la prohibición de la venta de motores de combustión para 2035. Es una propuesta que secunda la Asociación Alemana de la Industria Automotriz que, en un comunicado, pedía dar más peso a los combustibles renovables “considerando su impacto promedio en la reducción de CO₂”. Polonia y República Checa secundan la revisión de la ley, según Reuters y Politico, pero no hemos encontrado comunicaciones específicas recientes sobre los biocombustibles.
El eurodiputado polaco Dariusz Joński cita los retos tanto económicos como en términos de infraestructura que supone la transición eléctrica para pedir una relajación de la prohibición, de acuerdo con medios locales (1, 2, 3) compartidos con Verificat por Demagog, una agencia polaca de fact-checking miembro de EFCSN. Sus argumentos son similares a los que defiende la Asociación Polaca de Automoción.
Es cierto que los biocarburantes pueden llegar a emitir mucho menos CO₂ que los combustibles fósiles, pero en ningún caso se trata de un producto de cero emisiones. Al quemar este tipo de carburante, los vehículos mandan a la atmósfera una cantidad de dióxido de carbono similar a la que la materia orgánica de la que provienen ha almacenado durante su crecimiento. Es decir, sobre el papel, el balance es nulo: se emite tanto CO2 como el que se captura. Ahora bien, establecer esta comparación es quedarse en la superficie, porque los biocombustibles emiten gases de efecto invernadero incluso antes de ser quemados.
El Portal del Clima del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y los expertos consultados por Verificat apuntan que, al medir las emisiones de estos carburantes, es capital incluir las asociadas a su producción, transporte y procesamiento, entre otros. Es decir, que hay que analizar todo su ciclo de vida. Esto “incluye las emisiones de la maquinaria agraria para recogerlas [las materias primas], la gasolina quemada para llevarlas a la instalación de procesamiento y, en algunos casos, incluso los combustibles fósiles quemados para que esa planta funcione”, enumera el MIT.
Teniendo en cuenta todos estos factores, en el mejor de los casos, los biocombustibles pueden reducir las emisiones hasta en “un 80-85%” en comparación con los carburantes tradicionales, cifra en conversación con Verificat Jordi Guilera, del IREC. Esta reducción es menor en el caso de los biocombustibles de primera generación y mayor en los de segunda, pero varía mucho en función de la materia prima usada y del estudio que lo evalúe, tal como reflejan diversas revisiones sistemáticas (1, 2). No hay consenso en una cifra concreta, y cuando hay deforestación y cambios del uso del suelo, las emisiones pueden ser incluso más elevadas que en el caso del petróleo. En definitiva, establecer de manera general que los biocombustibles reducen las emisiones en comparación con los combustibles fósiles no es preciso, porque depende de su origen y de cómo se hayan producido.
¿Es eso suficiente para considerarlos un “combustible limpio”, o para decir que producen “energía limpia”? El Foro Internacional de la Energía la define como “energía hecha sin dañar al medio ambiente”, mientras que el MIT habla de “fuentes de energía que no producen gases de efecto invernadero”. El ente universitario incluye aquí los biocombustibles solo “bajo algunas circunstancias”, y artículos periodísticos como este de Associated Press consideran que, para serlo, deben estar hechos de “restos o vegetación no comestible, producidos con energía renovable y que prácticamente no emitan gases de efecto invernadero”.
El término tiene otro significado para la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el marco del hogar. La entidad considera combustibles limpios “aquellos que alcanzan los niveles de material particulado fino (PM2,5) y monóxido de carbono (CO) recomendados en las directrices mundiales de la OMS sobre calidad del aire (2021)” en la calefacción, la cocina y la iluminación. En términos generales, son combustibles que no emiten contaminantes.
Sin embargo, la evidencia disponible muestra que los biocombustibles producen contaminación a nivel local a una escala similar a la de los convencionales cuando se queman, como apunta José Ramón Galán-Mascarós, investigador ICREA del Institut Català d’Investigació Química (ICIQ), que investiga las aplicaciones de materiales inorgánicos para las energías renovables. Si se queman grandes cantidades de biocombustible en una área determinada, por ejemplo, una ciudad, la contaminación aumentará allí significativamente, a pesar de que a nivel global se acabe obteniendo un balance, razona. “Atmosféricamente, no tiene impacto, pero en la ciudad sí”, afirma.
Es algo que ilustra una revisión de la evidencia disponible llevada a cabo por el Grupo Experto en Calidad del Aire del Reino Unido, que evaluó si el uso de biocombustibles reducía la contaminación a nivel local. El estudio concluyó que mezclarlos hasta en un 15% con gasolina o diésel tiene efectos pequeños en la calidad del aire: es decir, que la quema de biocombustibles sigue emitiendo contaminantes como los óxidos de nitrógeno (NOx), el óxido de carbono o el material particulado (PM), entre otros, que los carburantes tradicionales también emiten y se sabe son perjudiciales para la salud.
Aún se usan biocombustibles de primera generación
Muchos mensajes en las redes sociales confunden los biocombustibles en general por aquellos de primera generación. La UE, sin embargo, apuesta por los biocombustibles de segunda generación y los sintéticos, y aboga por dejar atrás los basados en cultivos alimentarios. Incluso algunas de las grandes petroleras también lo incluyen en su comunicación. Desde el gabinete de prensa de TotalEnergies afirman a Verificat que para la producción de sus biocombustibles excluyen la biomasa de primera generación, la que compite con el consumo de alimentos. Shell, por su parte, asegura en su web que entre sus principios empresariales está trabajar para que su suministro no implique deforestación. También afirma que “procura” no abastecerse de componentes renovables o materias primas asociadas a violaciones de derechos humanos.
En realidad, solo el 40% del biocarburante usado en la Unión Europea en 2022 provenía del aprovechamiento de residuos, según un análisis de la IEA. Es decir, que la mayor parte de las materias primas usadas siguen siendo cultivadas.
El caso de España refleja esta realidad. Los datos del Ministerio para la Transición Ecológica muestran que nueve de cada diez litros vendidos de bioetanol provienen del maíz y el resto de la caña de azúcar, mientras que la mitad del hidrobiodiésel consumido usa aceite extraído de los racimos de palma. Se trata de una materia prima que ya está regulada por la UE para reducir el impacto en deforestación.
Incluso entre los biocombustibles de segunda generación, como el aclamado aceite de cocina usado, se cuela aceite de palma virgen, como demostró la ONG ambientalista Transport & Environment, al destapar un fraude en el producto importado de países asiáticos, en tendencia creciente en la UE. El Tribunal de Cuentas Europeo admite que para el producto “existe un riesgo demostrado de fraude” porque “resulta difícil confirmar que el aceite usado de cocina de importación, dadas sus características, es un producto residual”. En el caso del biodiésel comercializado en España, tres de cada cuatro kilos de materias primas provienen de Indonesia, China o Malasia, y casi un 40% se produce a base de aceite de cocina usado.
El Parlamento Europeo ya avisaba de esta realidad en un informe sobre la relación entre el aceite de palma y la deforestación de las selvas tropicales en 2017. El documento sostenía que el sector energético había sido el responsable del 60% de las importaciones de aceite de palma en la UE en 2014 y que el 46% “se destinó a combustible para el transporte”. También estimaba que para 2020 se habrían convertido un millón de hectáreas para producir aceite de palma para biodiésel a escala global, “0,57 millones de las cuales habrán sido previamente bosques primarios del sudeste asiático”.
La Federación de Consumidores y Usuarios (CECU), Ecologistas en Acción y Greenpeace España denunciaron el pasado mes de febrero a Repsol ante la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. Acusaban a la empresa de ocultar información “en su comunicación pública y en su publicidad” acerca de “la deforestación y demás impactos ambientales y sociales provocados para la producción del aceite de palma que ha utilizado para la fabricación de sus biocombustibles (biodiésel)”. Desde el gabinete de prensa de la petrolera afirman que Repsol prioriza el origen nacional y europeo de la materia prima empleada y recurre a la importación en caso necesario, garantizando la trazabilidad y la sostenibilidad de todos los lotes hasta el origen. Según esta empresa, la materia prima que se emplea está regulada por la normativa, supervisada y certificada.
Los biocombustibles promueven la economía circular local
Otra de las narrativas comunes entre iniciativas de presión y empresas petroleras es la que define los biocombustibles como una gran oportunidad para reducir la dependencia energética, promoviendo la producción local y sustituyendo la materia prima extranjera. La idea de la independencia energética también se replica en las instituciones europeas y estatales, especialmente desde la invasión de Rusia a Ucrania, con el lanzamiento de planes como REPowerEU, que pretendía “eliminar progresivamente las importaciones de combustibles fósiles rusos”, actualmente congeladas por las sanciones.
Sin embargo, los datos del Ministerio para la Transición Ecológica ilustran cómo, pese a que la mayoría de biocombustibles usados en España se producen en el país o en sus vecinos europeos, buena parte de las materias primas para fabricarlos provienen de fuera de la UE, especialmente de Asia. Un informe de la IEA apunta que el caso es similar en Alemania y Países Bajos: se trata de países que exportan más biodiésel del que importan, pero que emplean para producirlo materias primas procedentes de China. De hecho, la UE ha aplicado aranceles a las importaciones chinas de biodiésel con el objetivo de evitar el dumping o competencia desleal.
En el caso del bioetanol, apunta la IEA, el origen de las materias primas suele ser el maíz norteamericano.
Por su parte, el Tribunal de Cuentas Europeo concluye en su análisis de las políticas europeas sobre biocarburantes que “la dependencia de las importaciones de materias primas ha aumentado por la mayor demanda de biomasa a lo largo de los años”, y reprocha a la UE que “los objetivos para los combustibles renovables se establecen sin tener en cuenta la biomasa disponible procedente de fuentes sostenibles”.
Frenar la despoblación de la España rural
En el caso de España, la industria del petróleo propone los biocombustibles como una herramienta en la lucha contra la despoblación de las zonas rurales porque, aseguran, contribuye a la dinamización económica del territorio. Existen ejemplos tanto para Repsol como para Moeve. Su apuesta es que estas iniciativas tengan un impacto económico real en las comunidades rurales donde están planificadas, explica el gabinete de prensa de la segunda entidad, así como que favorezcan el desarrollo de la región con beneficios que se queden en ella.
Esto se potencia también desde un marco normativo, tanto europeo como nacional, según recoge la Hoja de Ruta del Biogás, del Gobierno español, que establece objetivos mínimos de producción, acompañados de acciones para impulsar la inversión. Este documento especifica que el biogás “contribuye a evitar la despoblación rural, creando valor económico y empleo y planteando sinergias con las necesidades de reactivación económica de las zonas en proceso de transición justa”.
Pese a ello, la instalación de macroplantas de este tipo de combustible, que se usa en la producción energética, térmica y como carburante, ha suscitado rechazo en algunos sectores de la España rural y ha generado protestas en diversas zonas, como recoge la agencia de noticias EFE. La ONG Ecologistas en Acción de Valladolid explicaba en un comunicado que las plantas podrían contribuir a una mejor gestión de los residuos ganaderos y podrían tener “justificación y cabida” en Castilla y León, pero deben ser “objeto de una regulación adecuada y específica que actualmente no existe”.
La plataforma Stop Ganaderia Industrial, que incluye a más de 90 movimientos vecinales en toda España entre los que se incluyen también algunas iniciativas contrarias a los biocombustibles, reivindica que la población local no se está beneficiando de esos grandes proyectos. Es una queja que se repite entre movimientos porque, según explica Berta Roset Pérez, doctoranda del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona (ICTA-UAB), especializada en el impacto social del biogás y la transición energética, la población local se lleva los efectos negativos (malos olores, ruido u ocupación del territorio), mientras que los beneficios se redistribuyen a todo el país.
Los biocombustibles son una solución actual, escalable y barata
Otro de los mensajes principales afirma que estos combustibles son una solución real y viable que ya se puede aplicar en la actualidad. Una solución que requiere, además, poca inversión en nueva infraestructura, porque los motores de los vehículos ya son aptos y porque se pueden adquirir biocombustibles en las gasolineras ya existentes. La italiana Eni, por ejemplo, afirma en su web que los biocombustibles “pueden utilizarse en el transporte para sustituir parcial o totalmente a los combustibles fósiles tradicionales”.
Los biocombustibles ya han contribuido a reducir la intensidad de emisiones de efecto invernadero de la Unión Europea, según un análisis de la Agencia Europea del Medio Ambiente: concretamente, un 5,6% entre 2010 y 2022 (y un 4% si tenemos en cuenta las emisiones generadas por los cambios de uso del suelo). De hecho, en estos momentos contribuyen más que la electricidad en el sector del transporte, tanto a nivel europeo como estatal.
Sin embargo, el transporte es el único sector que sigue aumentando sus emisiones globales en Europa en la última década y el uso de los biocombustibles es todavía muy marginal. Se ha estabilizado en torno al 6,5% desde 2020, según los datos recogidos por Eurostat hasta 2022. Aumentar este dato es un reto limitado por la complicada escalabilidad del sector, según concluye el ya citado informe del Tribunal de Cuentas Europeo: “Los problemas de sostenibilidad, junto con la disponibilidad y el coste de la biomasa, limitan el despliegue de los biocarburantes”.
Según la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (CORES), organismo público que garantiza la seguridad de suministro energético en España, en 2023 se consumieron 57 millones de litros de petróleo en el país, mientras “los mayores proyectos [de biocombustibles] en España […] estiman hasta 3.850.000 toneladas anuales de producción de biocombustibles”, según un informe de Ecodes. Cruzando ambas cifras, la oferta estatal supondría apenas un 7% de la demanda. CORES apunta en su informe más reciente que los biocombustibles supusieron el 3,65% y el 7,99% de las gasolinas y los diéseles consumidos en 2024.
José Ramón Galán-Mascarós, investigador ICREA del ICIQ, apunta a la dificultad para hacer la tecnología económicamente viable, especialmente si se compara con la gasolina y el diésel, que han sido históricamente apoyadas por grandes infraestructuras y respaldadas a nivel económico por parte de los organismos públicos y privados. En el caso de los biocombustibles, “cuando te pones a escalar las tecnologías tienes un problema, porque los fondos públicos dicen que eso lo tienen que hacer los fondos privados, y los privados dicen que no ven claro si perderán dinero o no”, concluye.
Desde el gabinete de prensa de TotalEnergies afirman a Verificat que el acceso a las materias primas (plantas, residuos o azúcar, entre otros) sigue siendo una barrera para el crecimiento. Shell remite a sus estadísticas internas, que demuestran que la demanda en el sector de carretera para transporte de pasajeros es aún muy reducida.
Narrativas tecnooptimistas
Muchos mensajes en redes sociales se hacen eco de hallazgos científicos que logran producir carburantes a partir de sustancias novedosas y prometedoras como las algas, la cáscara del coco, los huesos de aceituna o el café, por ejemplo, y los presentan como una opción escalable de forma inmediata que resuelve el problema de la movilidad. Es una idea engañosa porque, pese a que el proceso se ha demostrado técnicamente posible, su producción masiva todavía no es una opción real.
La eterna promesa de que la tecnología resolverá la crisis climática se conoce como tecnooptimismo. Se trata de una técnica de desinformación incluida en un “nuevo negacionismo” llamado retardismo climático que, tal como explicamos en Verificat, acepta la existencia del cambio climático y la causa humana tras él, pero obstaculiza y retrasa las medidas efectivas para hacerle frente. Los mensajes de redes, por ejemplo, obvian el hecho de que un hallazgo científico no se traduce de manera inmediata en un proyecto escalable a nivel internacional.
Por eso, algunos de los expertos entrevistados por Verificat argumentan que las alternativas que se proponen, a veces, más que opciones reales, son herramientas de procrastinación que, pueden “vender la ilusión de que ciertos productos estarán en el mercado”, dice Jordi Guilera, investigador del IREC, pero “el horizonte temporal es tan largo y se requieren tantos cambios, que lo que se está haciendo es ganar tiempo”, añade.
Mario Giampietro, antiguo investigador ICREA en el ICTA-UAB y especialista en la economía de los sistemas alimentarios, que ha dedicado parte de su carrera a estudiar el potencial de los biocombustibles, hace referencia también a los mitos científicos alrededor de ellos. Para él, el gran problema en el debate sobre los biocombustibles es que se trata de “una leyenda política”, porque “ni son factibles ni viables en relación con el objetivo de proveer a la sociedad de un suministro neto a gran escala de este tipo de combustibles”.
La falsa dicotomía entre electrificación y biocombustibles
En X (antes Twitter) abundan las publicaciones que presentan a los biocombustibles como la alternativa por la que la UE debería apostar para descarbonizar la movilidad europea, en detrimento de los vehículos eléctricos. De hecho, muchos de estos mensajes van acompañados de narrativas desinformadoras sobre estos últimos, como que se incendian más o contaminan en mayor medida que los combustibles fósiles. Se trata de una idea que no encontramos replicada explícitamente en las páginas web de las empresas petroleras, sino que es una inferencia que los usuarios hacen en redes sociales a partir de la sostenibilidad que atribuyen a los biocarburantes.
Es decir, lo que plantean los mensajes en X es una falsa dicotomía entre la electrificación de la movilidad y el uso de biocarburantes, esto es, un escenario en el que solo puede imperar una de las aproximaciones. En realidad, tanto la UE como los expertos consultados por Verificat abogan por un mix energético, en el que los biocombustibles —junto con los carburantes sintéticos y otras alternativas— ayuden a reducir emisiones en sectores difíciles de descarbonizar, como la aviación, el transporte marítimo o el transporte de mercancías, mientras el parque de coches y furgonetas se electrifica.
Incluso algunas de las empresas analizadas explicitan que su apuesta no es excluyente y que los biocombustibles estarán principalmente enfocados al transporte que no se pueda electrificar. Shell, en su informe de la estrategia para la transición energética de 2024 afirma que esperan un rápido crecimiento de los vehículos eléctricos y considera “que los biocombustibles y el gas natural también desempeñarán un papel en la reducción de emisiones del transporte de carga pesada”.
Los investigadores, de hecho, piden dar una vuelta más a las iniciativas europeas, y no solo apostar por promover la movilidad eléctrica, sino por reducir el parque de vehículos. Si cada familia pasa de tener un coche de combustión a dos o tres eléctricos, “todo lo que ganamos en eficiencia lo perdemos en volumen”, defendía Olga Alcaraz, miembro del Institut de Recerca Universitària per a la Ciència i Tecnologia de Sostenibilitat (CITES) en la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), en una entrevista con Verificat en 2024.
El Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), máxima autoridad científica en la materia, indica en un informe del 2022 que el coche eléctrico que usa electricidad baja en carbono (como la solar, la eólica o la nuclear), es la tecnología que tiene más potencial para reducir las emisiones en el transporte. La entidad también apuesta por cambios sistémicos como por ejemplo cambiar las ciudades para garantizar una mejor conectividad, invertir en transporte público, carriles bici y zonas caminables, o fomentar el teletrabajo y la movilidad compartida. El informe cita a los biocombustibles para el transporte rodado como una estrategia de “mitigación” a corto y medio plazo.
Esta investigación ha sido financiada per la European Climate Foundation en colaboración con la European Fact-Checking and Standards Network (EFCSN).
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